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Córdoba, Argentina
Revista Cordobesa

domingo, 1 de enero de 2012

Esa otra mirada

¿Te pusiste a pensar, todo lo que debe hacer nuestra cabeza simplemente para recordar cada día y a cada momento quiénes somos?
La simple noción de identidad depende de varias regiones cerebrales interligadas que nos permiten en todo momento recordar quiénes somos: nuestro nombre, nuestro origen, nuestros vínculos y nuestra situación socio-económica, que nos permite ser quienes somos y hacer lo que sea que hagamos, toda nuestra historia y accionar.
En realidad, algunos de nosotros nacimos y se fue desarrollando, construyendo la idea, el deseo, la necesidad, de ser protagonistas de una historia en medio de la sociedad. No nos conforma tener una vida con todos los elementos necesarios para estar dentro del sistema, nos importa tanto el otro que necesitamos destacarnos a través de  nuestra participación en el medio. Es por ello que nuestros proyectos van mas allá de lo que asumimos como compromiso, necesitamos la trascendencia a través del reconocimiento.
Por otro lado, tenemos aquellas personas que simplemente se ocupan del echo de vivir, van haciendo lo necesario para poder construir una vida que les permita tener tiempo, espacio, para ocuparse de aquello que tiene que ver con la calidad, vínculos, amigos, casa, trabajo, etc. donde el objetivo esta en el acto diario de vivir  y en la trascendencia a través del afecto. Además, tenemos aquellos que se dedican a juntar dinero y propiedades y que desean trascender a través de la seguridad económico-financiera entre o dentro de su familia y contexto, por varias generaciones, y trascienden por el tener, quieren tener poder porque sienten que eso es ser importantes.

Así, cada uno/a de nosotros/as desde el ser, el saber, el tener, el amar, etc. busca, a su manera, trascender: darle a sus hijos y/o a la sociedad, aquello que para el/ella es importante y que hará -según su parecer- no desaparecer su grupo de pertenencia. Y busca no ser sólo un montón de datos, de información acumulada en su cerebro que todos los días al comenzar, y seguir sus días, debe recordar para saberse, para definirse, para presentarse, para sentir y saber que es ese alguien diferente entre sus congéneres.
¿Por qué esta enorme necesidad? Para saber quién soy y poder recordarlo, para ser dicho ante quien tenga enfrente y así decir “yo soy”.
¿Por qué hemos necesitado sabernos? Cuando no me sé, es como si no existiera como protagonista, existo sólo como espectador de la vida de otros, de los que sí son.

También tenemos aquellos que han decidido abandonar –aparentemente- la idea de quiénes son, a los que llamamos linyeras, esquizofrénicos, locos, indigentes, etc. Aquellos que aparentemente se cansaron de andar todo el tiempo sosteniendo la idea de quiénes son, ya no desean recordarlo, sostenerlo, defenderlo; están dentro del sistema pero de otro modo. Los vemos todos los días con sus carros, sus colchones y sus pertenencias. Deambulan de aquí para allá, como testigos silenciosos de nosotros, los otros; que vamos/venimos, tenemos una vida por defender, por sostener, de la que nos quejamos todo el tiempo, que nos llena de alegría y satisfacción o que, simplemente, se trata de la vida que tenemos. Ellos no defienden nada, simplemente están, cada día con lo mínimo, como pueden, sin esfuerzo. Están, nos observan sin juzgar, lo vemos en sus miradas: observan, no juzgan; sólo están allí.
Nos da mucho temor vivir sin esfuerzo, sólo vivir como deseemos sin sostener ninguna  identidad, sin defender nada. Estar, ser nosotros, los otros de ellos. No toleramos esa manera, nos aterroriza, necesitamos agarrarnos fuertemente a algo: alguna persona, nuestros hijos, parejas, casa, trabajo, nuestro saber, nuestro… algo, que nos recuerde todos los días quiénes somos, quién soy. Ellos tienen su carro de supermercado (que ni siquiera es de ellos, es de un súper) y es mínimo, un mínimo recuerdo de quiénes son. Nosotros necesitamos grandes recuerdos, nos volvemos a juntar con nuestros amigos del colegio para que nos recuerden quiénes éramos, para que cuenten anécdotas del pasado donde estábamos como protagonistas y así recordar más… recordar, guardar información, saber cada día quiénes somos, éste soy yo, esto es mío, esta es mi obra en esta vida.

Miles de personas sienten que están deprimidos porque no han podido hacer de su vida su obra, sólo la han vivido. No hay una construcción, y el tiempo como reloj de arena no para, pasa, pasa y pasa, no para de pasar. “Me deprimo, siento que no estoy haciendo nada o que no sé qué quiero hacer”, es uno de los sentimientos más angustiantes que podamos sentir. Tengo todo este tiempo, pero ¿en qué lo quiero usar para que esta experiencia tenga sentido? “No puedo fracasar con esto” -me dijo una paciente- “¿cual seria el fracaso?”-pregunté- no haber hecho nada, sólo estar…sólo haber vivido”, me respondió.

Vuelvo a lo anterior: están ellos, los que eligen no recordar quiénes son, están y nos miran. Nada los apura, pareciera que no necesitan nada. Donde los agarra la noche se quedan, su techo son las estrellas, su casa es la tierra, no tienen historia que sostener o defender a través de eso llamado identidad. Están como del otro lado de nuestro mundo, nosotros los miramos a ellos y les tememos, ellos nos miran a nosotros y vaya a saber qué pensarán.
Desde la psicología, los linyeras son calificamos como enfermos. Desde una visión más existencialista, ¿lo estarán? ¿Serán enfermos sólo por que nosotros lo decimos? Queremos meterlos al sistema a nuestra manera,  porque para nosotros “estar” es de la manera en que nosotros estamos, ése es el modo correcto. Creemos que así debe ser, que éste, nuestro modo, es “el” modo y todo lo armamos desde allí. Y así debe ser. Ellos nos incomodan con su atrevimiento de desafiar el modo nuestro y simplemente estar de otra manera, opuesta a la nuestra.
¿Qué pasaría si ya no nos interesara defender más quiénes somos, ni recordarlo? Saber que estamos vivos y que con esa sensación es suficiente, que mi derecho de estar aquí es por haber nacido y que no debo defender nada ante el otro ¿Por qué todo el tiempo defender lo que soy? ¿Cómo fue que nos convertimos en esto,  en seres que debemos defender todo el tiempo todo, ideas, propiedades, identidades? ¿Todo el tiempo defender, luchar por lo que somos? Nacer ya nos da derechos y obligaciones, entonces ¿defender qué? Existir me hace tener un lugar en esta casa grande, nuestra casa, la Tierra. Eso me da derecho a los objetos que aquí están. Además, ¿debo defender esa supuesta identidad de quién soy?
Ser no es defender lo que soy, tengo o sé. Es sólo eso, ser. Pero parece que no nos merece ningún respeto ¿Será por eso que la vida no vale nada y que quien no lucha ya no tendría –aparentemente- derecho a estar vivo? ¿Tan escasos se han hecho los recursos que debemos pelear por ellos todo el tiempo?  
Tal vez nuestro inconsciente sabe más que nuestra conciencia, tal vez en este capitalismo desgarrador donde el consumo es la regla y el objetivo, quien no luche por consumir no tiene derecho de estar aquí. Luchar por consumir nos lleva a que nuestra vida no valga nada. No tenemos tiempo para sentirla, no tenemos espacio para el placer, para el encuentro con el otro, para la contemplación. Parece que querer hacer eso es decidir dejar de temerle a la indigencia, y así poder tener todo el espacio y el tiempo necesarios. Claro que seremos testigos anónimos de lo que vemos y eso nos vuelve irrelevantes, aparentemente invisibles ante los ojos de los que luchan.
Los que luchan corren todos los días por esos senderos que trazamos llamados calles, detrás de eso que llamamos nuestros sueños. Corremos, peleamos, vamos, venimos, y en ese frenesí para ser alguien dentro de este orden, parece que nos vamos desconectando y también dejamos de saber quiénes somos sólo porque dejamos de sentir que somos.
¿Cómo llegamos a este lugar tan tramposo? ¿Quién está equivocado? ¿Quiénes están más perdidos? ¿Nosotros, detrás de ilusiones, o ellos contemplando?
Parece ser una de las paradojas en las que estamos atrapados, como individuos y como sociedad.
Beatriz Frouté

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